Todos los recuerdos llevan consigo una o varias emociones asociadas. Recordarlo todo es imposible ya que nuestra memoria no funciona como una grabadora de capacidad infinita.
Recordamos muchas cosas, y la mayoría de ellas nos vuelven a la memoria al enfrentarnos a una situación concreta. Nuestra memoria es selectiva, y pesa más el aprendizaje que extraemos de nuestros recuerdos que el recuerdo en sí. Esto hace que aprendamos a diferenciar entre lo que nos hace sentir bien y lo que nos hace sentir mal, y a elegir siempre el camino que nos lleve a sentirnos mejor. Lo malo es que una gran cantidad de recuerdos fantásticos de nuestra vida, sobre todo de nuestra infancia, vayan quedando enterrados en los más profundo de nuestra memoria y, con el tiempo, nos cueste discernir si se trata de una vivencia real, o de una imaginaria.
Según García Márquez
La vida no es lo que uno vive, sino lo que recuerdas y cómo lo recuerdas para contarla
Lo que nos emociona no se olvida, y no importa que sean alegrías o disgustos. El cerebro retiene esas situaciones porque la emoción que las acompaña activa las regiones implicadas en la formación de la memoria.
¿Quién no se acuerda de la niñez, de los amigos que teníamos, los sitios donde íbamos a jugar…? Y podemos ir más atrás, recuerdos de nuestros abuelos, hermanos, padres, tíos, primos, es decir recuerdos familiares.
¿Os acordáis de los sitios donde veraneábamos, los novios, nuestra boda, los hijos, los nietos? Otros recuerdos estarán relacionados con nuestra actividad laboral, con nuestros viajes o vivencias personales.
En este Baúl de los recuerdos podemos evocarlos todos, pero solo ponemos un limite ¡Solo vamos a compartir bonitos recuerdos!